«He hecho algo muy malo». Así comenzaba la llamada telefónica de Ricardo Alba Abril, de 78 años, a uno de sus hijos. El anciano acababa de asfixiar con la almohada a su esposa, María de los Ángeles Prieto Ramos, de 77, enferma de alzhéimer. Ricardo colgó e instantes después se ahorcó en la habitación de al lado.
Ricardo y María de los Ángeles vivían en el número 13 de la calle Marqués de Lema (Chamberí, Madrid). Él llevaba años cuidándola, desde que le diagnosticaron la enfermedad degenerativa. Ella ni siquiera podía salir a la calle, permanecía casi todo el tiempo en la cama. Antes de matar a su esposa y suicidarse -el pasado 18 de enero-, Ricardo escribió una carta en la que pedía perdón y trataba de explicar por qué lo había hecho. El diario ABC recogía un fragmento: «Nos queremos mucho, no soporto verla sufrir así, quiero irme con ella, que descanse, descansar y que nos entierren juntos, como hemos estado en vida».
En la película Amour, el cineasta Michael Haneke representaba la vida matrimonial de dos octogenarios después de que a ella le diagnostiquen alzhéimer. Georges, el esposo, cuida de Anne hasta que, agotado y exhausto, la asfixia con una almohada en la misma cama en la que duermen juntos cada noche. Después, se suicida. Haneke filmaba su particular narración fílmica del amor, acotada por la muerte y el sufrimiento -de ambos-. O al menos ese era el marco. Pero ¿era esa una lectura suficiente? No es un tema representado solo en la literatura o el cine, también estamos habituados a verlo en prensa. El último caso es el de Ricardo y María de los Ángeles, pero en una revisión de la hemeroteca los hay similares. Estos son algunos:
«Un anciano mata a su esposa enferma de alzhéimer y después se quita la vida. Sebastián Arbona, de 84 años, cuidaba de su esposa Antonia, de 77. Cuando hace poco le diagnosticaron cáncer, terminó con la vida de su mujer de un disparo en la cabeza y después se suicidó con la misma pistola», en Mallorca, en 2001; «Un anciano de 88 años mata ‘por compasión’ a su mujer con alzhéimer. Los vecinos aseguran que la mujer había pedido varias veces a su esposo que le quitara la vida», en Segorbe (Castellón), en 2006; «Un anciano mata a su esposa, enferma de alzhéimer y después intenta suicidarse», en A Coruña, en 2007; «Un hombre de 72 años se suicida tras matar a hachazos a su esposa y a su hermano con alzheimer. La mujer estaba bajo tratamiento médico debido a una fuerte depresión tras prestar cuidados a su cuñado enfermo e inmovilizado en la cama», en Cóbdar (Almería), en 2009; «Un hombre de 86 años mata a puñaladas a su esposa con alzhéimer y se suicida arrojándose al vacío», en Castrillón (Asturias), en 2013; «Un hombre de 78 años mata a su mujer enferma de cáncer, de 74, y luego se suicida. La ha asfixiado con una almohada y después se ha ahorcado», en Valencia, en 2014; «Un hombre mata a puñaladas a su madre, de 92 años, enferma de alzheimer. Después él se autolesionó con dos cuchilladas en el estómago», en Portugalete (Vizcaya), en 2017.
También ocurre al contrario, mujeres que se convierten en homicidas al cuidar del cónyuge enfermo: «Juzgan a una mujer acusada de matar a su marido enfermo. Una mujer de 83 mató a su marido de 82, que padecía cáncer de pulmón con metástasis. Le asestó 14 golpes con una muleta», en Málaga, en 2017 o «Una mujer mata a su marido y se suicida. La mujer, de 63 años, acabó con la vida de su pareja, de su 71 años, asestándole un golpe con un martillo. Después se ahorcó», en Sevilla, en 2015. Sin embargo, la proporción es mucho menor. Lo dice un estudio realizado por cuatro psiquiatras del Hospital Clínico Universitario de Valencia y del Hospital de Requena: ‘Homicidio-suicidio en el anciano: ¿por qué el cuidador mata a su pareja con enfermedad de alzhéimer y después se suicida?’.
Violencia y género
Una de las firmantes del estudio, la catedrática de Psiquiatría Carmen Leal, prefiere no calificar estos actos de violencia machista. La ausencia de malos tratos y de denuncias previas inclina a esta doctora a pensar que «es otro tipo de violencia»: «Detrás hay una depresión de la persona que comete el homicidio, una situación de desaliento, de desesperación, que le lleva normalmente no solo al homicidio, sino al suicidio después porque no puede soportar la culpa de lo que ha hecho», añade.
Sin embargo, no se puede obviar la perspectiva de género al analizar los homicidios a cónyuges en la tercera edad. La psiquiatra Carmen Leal reconoce que «casi siempre son hombres los que cometen estos actos de violencia, que lo haga una mujer es muy raro». «La mujer tiene tradicionalmente el rol de cuidadora. Lo ha tenido siempre. Es más resistente a mantener durante mucho tiempo el estrés que significa cuidar a alguien. El que comete el homicidio a menudo tiene un cuadro depresivo, aunque no haya sido diagnosticado. Uno de los grandes problemas de este tema es la necesidad de prevenir esas situaciones. El cuidador suele ser alguien muy cargado de responsabilidades. Si es el hombre lo normal es que no haya tenido que ejercer de cuidador: no se ha ocupado de los hijos, de la casa… Se ve forzado a un rol diferente al que ha tenido hasta ese momento», añade.
También Manuel Martín, portavoz de la Sociedad Española de Psiquiatría Biológica, corrobora esta tesis: «Los hombres gestionan peor la depresión. Las mujeres también la sufren, pero ellos al verse repentinamente en el papel de cuidador se ven desbordados». Martín apunta que en cierta medida los homicidas entienden que su acto es «por compasión»: «Ven la vida con negatividad total, como algo oscuro, que nada bueno puede pasar. Al cuidador también hay que cuidarle. No hay que estar pendiente solo del paciente de alzhéimer o demencia senil, también de la persona que se encarga del enfermo».
Carla Vall, abogada experta en violencia machista, apunta a la importancia del rol de género: «Cuando el cuidador es hombre es cuando normalmente hay un acto de violencia. Hay una falta de ayuda a los cuidadores, sí, pero es necesario poner en el centro del debate que es la mujer la que normalmente acaba muerta». Y añade: «La ausencia de denuncias no es un indicador de que no haya existido violencia antes. Por eso no podemos decir que estos sean actos por amor o por compasión».
El estrés que sufre un cuidador
Anaïs Ordóñez tiene 32 años y se crió con sus abuelos, que ahora tienen 86 años. Él padece una cardiopatía grave y sufrió un derrame cerebral. Desde entonces, nieta y abuela cuidan de él. «Mi abuela pasó de ser su esposa a ser su enfermera. Después de más de 10 años cuidándole, está agotada, irascible, apenas duerme ni sale a la calle. Si él se despierta y quiere agua, va ella. Si tiene que darle la pastilla, va ella. Si quiere leche, va ella. Y ella tampoco está bien, le fallan las piernas, tiene depresión y ha perdido el 50% de la vista. Él solo gruñe, todo le molesta, y si ella se queja le dice que el que sufre es él, que ella no está enferma. La última vez que ingresaron a mi abuelo nos dijeron que se moría, tenía una neumonía gravísima. Noté que ella estaba preparada, me consolaba a mí diciendo que ya le tocaba. Ahí vi que no podía más, que necesitaba paz. Me dolió verla así. Yo me encargo de la limpieza semanal gorda: lavadora, cambio de camas, compra grande… Y los fines de semana le lavo. Desde hace casi dos años voy a diario. A vigilar, a apoyarla a ella, a hacerle compañía. Me gustaría irme de Alicante pero no puedo dejar a mi abuela sola, así que siento que laboralmente tampoco puedo avanzar. El médico de cabecera nos dice que no hay nada que hacer aparte de esperar a que muera».
En el estudio psiquiátrico sobre los homicidios-suicidios en los ancianos, los doctores afirmaban que las consecuencias negativas para los cuidadores de los familiares no son baladí: «Cuadros depresivos, agotamiento físico y psicológico, deterioro de la vida familiar». «Las familias necesitan un apoyo continuo, la convivencia puede ser muy difícil. Hay que valorar previamente la situación a la que los cuidadores se enfrentan, controlar, liberarles, que tengan tiempo para ellos, darle más apoyo psicólogico y social», reclama la psiquiatra Carmen Leal.
Encarna tiene 70 años y cuida de su marido, Bienvenido, de 70 años, desde que le diagnosticaron alzhéimer y demencia senil. «Está totalmente impedido. Usa pañales, la comida solo la ingiere triturada, tienen que llevarlo de la cama a la silla de ruedas, no reconoce a nadie ni parece consciente de lo que le rodea», explica Carmen Hernández, nuera del matrimonio. Ella también emplea el término «enfermera» para describir el trabajo de Encarna desde que su marido desarrolló ambas enfermedades.
«El tema de la ropa le lleva mucho tiempo, como cambiar sábanas, funda del sofá o ropa… Aunque Bienvenido usa pañal, suele manchar mucho al no controlar sus esfínteres. Mi suegra ha contratado a una mujer que va cada día dos horas. En ese tiempo ella aprovecha para salir a comprar. Luego hace la comida, se la da a mi suegro triturada y ella come después. Cuando ha recogido todo, sale con la silla de ruedas a pasear. Conoce a otras mujeres en su misma situación. Se juntan en un banco ellas acompañadas de ellos, que están en sillas de ruedas, y charlan. Ella tiene depresión diagnosticada pero solo permite que vaya alguien a ayudarla para la parte física (duchar a mi suegro). Supongo que no es capaz de disfrutar de la vida si su marido ya no está, no es capaz ni de irse una tarde a la peluquería aunque nos quedemos nosotros al cargo. Está siendo muy duro», prosigue.
Según el estudio de las universidades de Valencia y Requena, «la depresión, junto con otros factores de riesgo, puede ser letal. Los ancianos tienen las tasas de suicidiomás altas al compararlos con otros grupos de edad». También puede provocar que una persona cometa un acto violento contra otra persona. La doctora Carmen Leal apunta lo siguiente: «Estas personas se deterioran progresivamente. Las mujeres también. No es que ellas sepan hacerlo mejor, es que les han dicho que tenía que ser así. Sobre todo antes. Por eso es tan importante detectar depresiones y cuadros de ansiedad y visitar al cuidador tanto como al enfermo».
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